lunes, 27 de octubre de 2014

Aires lejanos

Un amigo me ha comentado que el segundo corto (el que empieza en el minuto 4') le recordó al relato que escribí en 2009 "La noche de Adán".

 


A pesar de las grandes diferencias, yo también le encuentro un aire de semejanza en su temática, así que aprovecho para sacarle el polvo al viejo relato y permitir que le dé un poco el aire.  Versión original con portada de HÉCTOR JENZ.


 

Adán procesó la última petición del laboratorio a las 02:30h. Siempre pedían los listados a última hora. Estaba enfadado. “Nos pagan una miseria y encima nos tratan como esclavos”. Se quejaba pero en realidad prefería quedarse hasta tarde porque así nadie le molestaba.

Cogió el coche y recorrió las calles hasta la zona alta, el lugar perfecto para salir de caza, porque hoy tocaba matar.

El juego era así y él lo aceptaba. Una WebCam grababa todo lo que ocurría dentro del coche para satisfacción del cliente. Ése que pagaba sus facturas, porque el trabajo sólo daba para malvivir.

Cerca de una discoteca, sentada en la parada de un autobús, una chica con cara de haber tomado unas copas de más. Detuvo el coche.

- ¿Necesitas algo? Si quieres te llevo.

- Sí, sí, sí. Gracias.

La chica sonreía pero hablaba raro. Palabras sueltas, nerviosas. Sería el alcohol, porque al abrir la puerta tropezó y el contenido del bolso se desparramó sobre el asfalto. “¡El móvil!”, gritó. Adán la vio arrodillada, junto a la rueda trasera mientras recogía sus cosas con ansia.

Por fin se sentó en el asiento delantero. Enfocó bien el retrovisor y conectó la cámara. La chica tenía la cabeza inclinada hacia atrás. Parecía afectada, sí. Entonces la rueda trasera empezó a traquetear.

“¡Justo ahora tiene que pincharse!”. Paró el coche en el arcén y bajó para examinar la rueda. Cuando volvió a mirar hacia el asiento delantero, la chica ya no estaba. “¿Pero dónde…?”

Adán se giró y la encontró a su espalda. En la mano derecha, una pequeña pistola plateada, en la izquierda el móvil con un led parpadeante. Cuando se dio cuenta de que le estaba grabando ya era demasiado tarde. Un tiro acababa de atravesarle la frente.

“Gran primer plano, abuelito”.

Patricia Muñiz Olivera ® 2009

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